Hoy estamos educando para una ciudadanía del despilfarro.
La gente que ahora se cambia de ropa todos los días e inmediatamente la echa a la lavadora, tendría que pensar en la tremenda odisea que suponía antes hacer la colada. Había que empezar dejando la ropa en remojo, la oscura con virutas de jabón y la blanca con lejía, incluso la más sucia con sosa. Al día siguiente se echaba en la artesilla de madera, y con agua muy caliente que se había tenido al fuego en un caldero, y bien enjabonada, se frotaba fuertemente contra la tabla de lavado. Esto era lo que se decía echar u ojo, pero a veces, si la ropa estaba muy sucia, se cambiaba el agua y se echaban dos o hasta tres ojos. Después se aclaraba, se estrujaba y se tendía al sol. Al agua del último aclarado de la ropa blanca se incorporaba un poquito de azulete con una muñequilla, dejándola en remojo durante unas horas.